lunes, 11 de marzo de 2013

El ojo de San Juan, en la morería


En  el espacio que en la actualidad  ocupa el barrio de San Juan, antiguamente se situaba la morería de Tarazona. Hay constancia de la existencia en este lugar de una ermita cobijada en la roca y dedicada a San Juan Bautista, santo cuyo culto se asocia tradicionalmente a las fuentes y al agua. En este lugar confluyen una serie de escorrentías que originan un abundante caudal canalizado en la acequia de Selcos, con la que se riega una parte destacada de la huerta de Tarazona.

Pateando Tarazona
El entorno de la ermita de San Juan está cargado de encanto y misterio, por lo que no escasean las leyendas y relatos que enriquecen nuestro patrimonio inmaterial, como por ejemplo LA LAVANDERA DE SAN JUAN, un relato que nos regaló Gregorio Hueso San Juan, amigo y enamorado de Tarazona.

“Cuentan que en los años primeros del siglo XX ocurrió esta historia o cuento. Y que con el devenir de los años pasó de ser una leyenda. Todavía hay gente mayor que recuerda ésta pequeña historia. Al lavadero de San Juan acudía a diario Lucía a lavar la ropa. –En las casas altas de los barrios de San Miguel y el Cinto no disponían de agua corriente y eran muchas las gentes que bajaban al lavadero de San Juan a lavar la ropa-. Lucía era una jovencita de unos quince años, preciosa, con unos cabellos dorados como el trigo. Era alegre, simpática, dicharachera, cariñosa con todo e mundo, llena de ilusiones y sueños, propios de su edad y juventud.

Fernando Latorre
Todas y cada una de éstas virtudes se veían empañadas por la necesidad imperiosa de tener  que lavar para otras gentes que lo necesitaban y cuyo trabajo le reportaba algún beneficio económico con que ayudar a su madre, viuda y a dos hermanos, Juan y Lucio, más pequeños que ella.
Acudía cada mañana al lavadero con su cesta de ropa a la cabeza. Tenía por costumbre ocupar siempre el mismo lugar o puesto donde, a través de los arcos, penetraban los rayos del sol reflejando en el agua su silueta. También le servía como espejo ya que veía a las gentes pasar por la calle.

Una mañana soleada del mes de mayo en su “espejo mágico” de las aguas, vio como por la calle dos alguaciles llevaban a un joven custodiado. Fue tal su impresión que, por unos momentos quedó inerte. Pudo más la curiosidad y volvió la cabeza al tiempo que el joven también la miró entrecruzándose sus miradas y una amarga sonrisa se dibujó en sus labios……………………………………….”

Si quieres conocer el final de este relato, participa en la visita de las tres culturas el sábado 16 de marzo. 

Pulsa aqui para conocer el programa de las jornadas.

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